domingo, 3 de octubre de 2010

033

 

Queridos seguidores, comienza con este la serie: cuentos, este que inicia la serie es para 4-6 años. Esperamos que Cuco publique.

 

El Chichimoni Travieso y el Dragón

 

Vamos a contar una de las miles de historias de un chichimoni travieso y pequeño, de esos de ojos despiertos y sonrisa perenne. De los que se toman todo con buen humor e imaginación.

Nuestro amigo era el más pequeño y joven, el más querido y también el más gamberro.

Hacía bromas divertidas a todos, y a todos tomaba el pelo. Sin embargo, todos los chichimonis le querían: era adorable y tenía un corazón de oro.

 

Acostumbraba a hacer bromas que no hacían daño, pero que daban mucha risa. Cogía los pantalones de la cuerda de tender la ropa del chichimoni más grande, los del más pequeño y los intercambiaba… al día siguiente el chichimoni grande iba con unos pantalones superajustados pensando que su lavadora encogía la ropa y el chichimoni pequeño iba hecho un payaso… Cuando se encontraban frente a frente se quedaban unos segundos mirándose, y luego se partían de la risa al darse cuenta de la broma.

 

También cambiaba la comida. Cuando un chichimoni se servía un plato de comida caliente, él lo cambiaba por un plato de comida congelada. Al intentar hundir la cuchara, se doblaba y todos se partían de la risa. Escondía las sillas, las servilletas, los cubiertos y los vasos. Pero al final siempre arreglaba todo: devolvía lo que había cambiado a su sitio y pedía disculpas si su broma había ofendido a alguien. A nadie le ofendía, porque sus bromas eran geniales, nunca hacían daño a nadie y siempre estaba dispuesto a ayudar y a hacer favores a los demás.

 

Un día el poblado chichimoni sufrió la incursión de un dragón fiero, gigantesco, con fuego en las narices, garras afiladas y pinchos en la cola. Todos los chichimonis se pusieron a cubierto en sus casas, y el dragón no consiguió atrapar a ninguno. Sólo había un chichimoni que no se había enterado: nuestro amigo, cuyo nombre no hemos dicho todavía ¡qué olvido! y que, por cierto, se llamaba Marcecolás.

 

Estaba nuestro chichimoni travieso en el bosque recogiendo cortezas de árbol para hacer una más de sus bromas: quería tallar con un cuchillo bolitas de corteza de pino como si fuesen judías pintas, y ponérselas a otro chichimoni amigo suyo ¡en su plato!

 

Marcecolás sintió que todo el bosque retumbaba. Pom, POm, POM... Salió pitando en dirección a su casa, pero de repente una garra gigantesca le atrapó y le levantó por los aires. Se encontró con una boca gigante llena de dientes y una nariz de la que salía humo justo enfrente de sí.

 

-¡Por fin pillé un chichimoni!- Bramó el dragón. Después de examinarlo, bramó de nuevo (esta vez mucho más bajito):

-También tiene narices la cosa que tengo que pillar el chichimoni más pequeño que he visto en mi vida, con este no tengo ni para el aperitivo.

 

-Razón de más para que no me comas y me escuches, míster señor don Dragón. -Dijo muy tranquilo Marcecolás. Y continuó:

 

-Sé de un sitio lleno de mamuts, calculo que tendrás carne para 20 años.

 

-Pues no sé si comerte o hacerte caso, pequeño chichimoni…

 

-Tu verás, grandullón, ese es tu problema.

 

Después de meditar un rato, al dragón le rugieron las tripas y su boca comenzó a salivar… ya se veía con la tripa llena de mamuts…

 

-Dime dónde puedo conseguir esos manjares, que seguro que están mucho mejor alimentados que tú, que por cierto eres un pequeñajo, no te lo digo por ofender.

 

-Están en Australia, compañero, a miles de kilómetros de aquí. –dijo Marcecolás.

-Entonces te como a ti, no voy a hacer yo ese viaje, que las alas las tengo de adorno, y caminando, nadando voy a tardar un montón, con esto de que tengo fuego en las narices ¡no me dejan subir en los aviones!

 

-Todo se puede solucionar, no te preocupes: en el pueblo chichimoni podemos construirte una máquina de transportación instantánea. Funciona a 10.000 km/seg. En un pispás estás en Australia, no sufras.

 

Con su enorme ingenio, Marcecolás pudo llegar al pueblo en compañía del dragón. Una vez allí, pidió a todos los chichimonis que salieran de sus casas, y guiñándoles un ojo, puso a todos manos a la obra.

-Necesitamos un montón de troncos y muchísimas cuerdas para atar, ponéos todos a trabajar, que vamos a hacerle a este dragón una cabina de transportación rápida. (CTR)

 

Ya los chichimonis no tenían miedo, sabían que Marcecolás dominaba la situación, y confiaban plenamente en su buen sentido. Cortaron un montón de árboles y siguieron todas las instrucciones. Incluso el dragón ayudaba…

 

Siguiendo fielmente los planos de cimentación por pilotes de madera y los de estructura de barras articuladas unidas con cuerdas, en cinco días habían conseguido una cabina de transportación rápida (CTR) que no desmerecía comparada con otras obras de similares luces. Marcecolás había aprendido todo aquello porque desde siempre le había encantado hacer construcciones con bloques y palitos de madera.

 

Por fin llegó el día de la transportación. El dragón se introdujo dentro de la cabina, se le ataron las manos, los pies y la cola (para que el aterrizaje fuera lo más suave posible) y se cerró la puerta.

 

Y entonces fue cuando Marcecolás disfrutó finalmente su triunfo: gracias a su ingenio había conseguido meter al terrible dragón dentro de… ¡una jaula!

Todos los chichimonis se dieron cuenta de repente de lo que habían conseguido: y que se lo debían a su querido pequeño chichimoni.

-¡Mil hurras por Marcecolás!- gritaban. –Otros mil más, volvían a gritar.

 

Resuelta la cuestión del peligro del dragón, Marcecolás no participaba de la fiesta. Estaba pensando que le daba pena el dragón. Y fue a hablar con él.

-Creo que tenemos que hablar, dragoncito. Por un lado no podía permitir que nos comieras, y eso seguro que lo entiendes. Y por otro lado, ahora que te tenemos preso, tampoco me parece justo.

-Yo he aprendido la lección, Marcecolás: por muy grande y fuerte que seas, siempre vencerá el pensamiento creativo. O bien, por muy grande que seas y bruto, siempre vendrá uno que te engañe, o muchos pequeños unidos pueden con uno grande. O los cuentos acaban como el que los cuenta quieren que acabe. O te me tenía que haber comido y no haberme dejado encerrar aquí pensando que iba a comer mucho más. O…

 

Desenlace 1:

-Para ya, colega, dijo Marcecolás. Si me prometes que a partir de ahora sólo comerás verduras biodinámicas certificadas, te dejo salir.

-Te lo prometo.

Y el dragón salió y se zampó el poblado chichimoni entero.

Fin

 

Desenlace 2:

Marcecolás empezó a desatar al dragón, y mientras lo hacía, le decía:

-Sé de un sitio lleno de princesas, reyes, príncipes, infantas y demás realeza menor en el que también abunda todo tipo de gente a la que irónicamente se la conoce como "nobleza" tipo condes, marqueses… gigantescos y jugosísimos, que además estarán contentísimos de ser comidos por ti, ya que a estos el cerebro se lo dieron en una tómbola. Calculo que tendrás carne para 20 años.

Fin

 

Desenlace 3:

-Veo que has comprendido que te hemos vencido, si me prometes que a partir de ahora seremos amigos, te suelto.

-¿De verdad?

-¡Claro!

Y a partir de ese día, todos fueron amigos del dragón, tal es así que al cabo del tiempo cuando el dragón tenía alguna gestión que hacer llevaba  a sus hijos al pueblo chichimoni para que les cuidaran… eso explica las bromas que le hacían los pequeños chichimonis a su papá: ponerle agua en las narices (cada vez que quería hacer fuego le salía vapor de agua como en el cuarto de baño cuando te duchas), hacerle un nudo en la cola, pintarle las alas de rosa….

Fin.

 

 

Besos para todos, moz.

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